domingo, 4 de mayo de 2008

Letras en la arena



Ordenando un poco mi cuarto encontré mi cuaderno de verano (porque el verano ya acabó, digan lo que digan). Y mi cuaderno de verano contiene varios textos escritos en la playa, en MI playa: Chepeconde (ahora Maradentro). Queda en el km. 120. Me cocino todos los veranos ahí (a veces hasta me cago de frío en el invierno ahí) desde que tengo aproximadamente 3 años. Comenzamos acampando. Luego vino el camper. Finalmente nos arrebataron la informalidad y construyeron casas. Y muchas familias decidieron no renunciar a ese pedacito de paraíso y comprar una bendita casa. En fin. Si bien ahora ya no nos atollamos en la arena, tenemos alumbrado público y hasta un pequeño restaurante, creo que todos añoramos el campamento. Nos arrebataron no solo el nombre original, sino también ese incomparable placer de dormir llenos de arena. Bueno, cambiaron muchas cosas, pero mi playa sigue siendo la misma. Aún creo reconocer mis pequeñas huellas en la arena. A veces me gusta pensar que los pequeños trozos de madera pueden ser el rezago de alguna de esas memorables fogatas donde nos reímos tanto y a veces hacía falta hablar tan poco. En fin, no me quiero desviar mucho del tema. Encontré, pues, mi cuaderno. Y volví a leerme. El Alex del verano (muy diferente al invernal, ojo). Y me dieron ganas de trascribir algunos textos:

Las olas me mostraban los dientes. Danzaban amenazantes y desordenadas frente a mí. El sol comenzaba a bañar con timidez el nuevo día. Las gaviotas amanecían con vuelos errantes y al parecer somnolientos. La arena aún estaba algo húmeda por la larga noche.
Irrumpiste parsimoniosa en mi mente, con la seguridad de ser una desconocida a la que, nuevamente, otorgué una vida fantaseada y un lugar privilegiado en mi desesperación.
...(el resto es un poco desbordante como para copiarlo)...

La arena va perdiendo la elevada temperatura. El sol parece haberse cansado un poco. Nada parece desaparecer, sin embargo, arrollado por la tempestad del tiempo, por el vaivén del olvido, la eterna lucha entre el yo y la verdad. Todo parece confundirse en los granos de arena. También amordazados por la lentitud de la tarde, de sus colores y de sus pequeños y silenciosos tormentos. La injusticia de ser un ser intrascendente. Y ciertamente permisivo cuando se trata de los castigos del destino. Miles de destellos en el mar. Y las olas rugen, desintonizando abiertamente con la somnolencia de aquellos paisajes, de las gaviotas que pasean curiosas y solemnes por la orilla. Una nueva sensación de desatino ante la existencia carnal. Palabras que intentan en vano describir la belleza de ese instante, porque sólo los instantes pueden guardar tanto. Sólo pequeños lapsos de recuerdo que reflejan todo lo que el tiempo quiere, con tanta desesperación, decirnos. Y es cuestión de saber arrancar esos pedazos, guardarlos celosamente muy adentro, y disfrutar cada tanto de su indiferente mutismo. Así como el cielo permite que desaparezca todo rezago de nostalgia. Porque en esa infinita manta azul se puede perder todo lo que nos hace humanos, basta con desearlo.
…(un debate interno que no tiene mucho que ver con la finalidad de la trascripción)…
No quisiera ahondar en lugares comunes, ya que me considero bastante común. Lo único que puedo conocer ahora es la brusquedad de la arena, las caricias del sol, la parsimonia del viento. Talvez hasta las olas, que parecen hablar un lenguaje que mi densa humanidad no me permite comprender.

Las rocas contemplan el movimiento. La arena destella cierta indiferencia. El día se torna amenazador. El celeste es tenue, aguado, débil. La sombra lucha por proteger lo que queda. Finalmente no queda qué perdonar. El calor y el saberme mortal: Ya no me queda ni el instinto. Sólo quedan pequeños recordatorios. Trazos enanos de memoria. Pequeños seres salvajes que no saben reproducir más que dolor.

Explicación: Tuve que recortar algunos de los textos por las razones arriba mencionadas. Sepan disculpar la ortografía.
Si bien los textos pueden resultar un poco dramáticos y/o tarados, lo que quería era recordar un poco mi playa. Nada como caminar a la orilla con tu toalla, tus puchos, un cuaderno y un lapicero, y escribir lo que te dé la gana.

1 comentario:

Mil dijo...

Me encanta el estilo de tu prosa. Y no suena tarado.